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EL MAPA NO ES EL TERRITORIO (2020)

 

La representación del mundo no coincide –necesariamente– con la realidad. El mapa es, a día de hoy, una interpretación realizada con el objetivo de delimitar territorios para fines políticos y económicos que responden a las necesidades de los Estados-Nación. Esto queda patente en las escalas de países y continentes en muchos mapas –especialmente los escolares– que, como sabemos, no se corresponden con las proporciones reales. Educaron nuestra mirada a divisar a Europa y EEUU como unos gigantes, mientras que el centro y sur de América se advierten pequeñas y divididas. No es un error de medición, es un perfecto cálculo de quienes determinan la economía a nivel mundial. 

 

El mapa no es el territorio’ nos introduce en el departamento de Ucayali, ubicado en la región de Loreto, en el oriente peruano. Se trata de una de las zonas más afectadas por la aparentemente inofensiva tala ilegal.

Rossana López-Guerra presenta una topografía invertida en la que, por medio de punciones sobre papel, busca representar la superficie territorial de Ucayali en su extensión macro, abarcando así los nueve casilleros que forman la cuadrícula expositiva. Simultáneamente, a través de subcapas, devela las zonas deforestadas que se tornan imperceptibles a los ojos de la ciudadanía no local.

 

De esta manera, López-Guerra reta a la vista exigiéndole ver a través de. Y es que, conforme la mirada se acerca, se devela el trazo hidrográfico que recorre Ucayali, el cual alimenta sus bosques que equivalen al 80% del territorio. Las subcapas están compuestas por seis imágenes que aluden a una vista satelital de la tropósfera recogidas por el satélite PerúSat-1; un tríptico central donde reproduce las zonas deforestadas de la provincia Coronel Portillo: Iparia, Masisea (ocupada por los menonitas) y Nueva Requena (devastada por la siembra de palma y la contaminación petrolera); el mapa de una corteza de árbol, cuyas líneas ondulantes aluden a los contornos hidrográficos y geográficos; así como los restos de una madera carbonizada cuyas partes se exhiben disociadas como islas.

 

Ya en ‘Descartografías’ (2019) López-Guerra cuestionaba la representación del paisaje peruano a través de cartografías que intentaban capturar una realidad -irretratable, dinámica y compleja- a la vez que mostraba la imposibilidad de asir su transformación en el tiempo. La hidrografía de la cuenca del lago Chinchaycocha –uno de los más contaminados del mundo por recibir agua de ríos que arrastran relaves mineros– se convertía en objeto de estudio y expresión para cuestionar la invisibilidad de los distintos componentes del paisaje.

 

Siguiendo esta línea, ‘El mapa no es el territorio’ resalta que hay zonas que se vuelven invisibles y otras que son invisibilizadas a los ojos de los intereses capitalinos. Y es que la lucha indígena por la defensa del territorio –entendido desde la cosmovisión del buen vivir– es percibida por los grupos de poder como una amenaza al progreso del país. Quienes defienden a la naturaleza se convierten en enemigos del desarrollo económico que favorece a unos pocos que son, finalmente, los que determinan la pertenencia de unos y la exclusión de otros del sistema. Por su parte, el gobierno avala a estos pocos, a cambio de coimas, brindándoles concesiones de tierra para el extractivismo y deforestación, a pesar de sus turbios prontuarios. Esto sucede hoy en el Perú, lo cual es alarmante considerando la emergencia climática y el estado de emergencia sanitaria por la pandemia en el que nos hallamos inmersos.

 

La vida de los líderes indígenas y defensores de la naturaleza se halla en constante peligro. Amenazados de muerte y acosados por taladores ilegales, invasores y mafias del narcotráfico, piden garantías para sus vidas y las de sus comunidades. 

 

Luisa Fernanda Lindo

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